XXIII

El viento del desierto
trae tu voz
pero tú ya estas muerta.
El perfume tan tuyo
impregna  mis papilas
pero tú ya estás muerta.
En lo lejos
aparece tu figura corriendo
pero tú ya estás muerta.
Tu rostro está en
la abrumadora luna,
en la medusa que flota rencorosa
en el jugoso aleteo
de una nube
en el resplandor fugaz
de una ilusión,
pero tú ya estás muerta.
Muerta,
muerta para siempre.
A pesar de los vanos intentos
a pesar de las imprevistas apariciones
de los deseos innombrables, estas muerta,
muerta,

muerta para siempre.
Ya estás muerta.
Es inútil
comprende
no vuelvas más
estás muerta
muerta para siempre.

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